Lo básico: En nuestro cuerpo hay dos tipos de grasa: la esencial y la no esencial, o grasa almacenada. La esencial se encuentra dentro de la médula ósea, los órganos, el sistema nervioso y los músculos. Alrededor de 3 por ciento del organismo masculino consiste en grasa esencial; las mujeres tenemos un porcentaje más elevado, aproximadamente un 13 por ciento, que se necesita para propósitos reproductivos. Si la grasa esencial baja demasiado, nuestro organismo no funcionará adecuadamente. ¡Por eso es esencial!
La grasa no esencial desempeña papeles muy importantes, incluyendo el de aislarnos de los elementos y proteger nuestros órganos internos. Ahora sabemos que necesitamos algo de grasa para funcionar todos los días. ¿Y si acumulamos demasiada debajo de la piel? Tal vez no nos guste cómo se vea, pero aparentemente no implica mayores problemas para la salud. En cambio, si acumulamos demasiada grasa visceral puede haber consecuencias potencialmente mortales, como un mayor riesgo de sufrir cardiopatía, demencia e incluso ciertos tipos de cáncer.
Entonces, si bien desempeña muchos papeles positivos en nuestro organismo, puede resultar peligrosa. Pero la grasa no es un monstruo mítico imposible de vencer. Existe por una razón, y puedes eliminar cualquier cantidad excesiva que ponga en riesgo tu salud. Te enlisto algunas razones que te ayudarán a poner en perspectiva la grasa.
Nuestro organismo necesita grasa para vivir
Sin ella, nuestro cuerpo no funcionaría bien. Es decisiva para estimular las hormonas y crear hormonas reproductivas. Aunque nuestro organismo genera algo de grasa, algunos tipos de grasa se obtienen sólo de alimentos. Estos ácidos grasos esenciales, o AGE, son el ácido linoleico y el ácido linolénico (conocidos como ácidos grasos omega 6 y 3, respectivamente). El equilibrio de éstos es importante para la salud cardiaca, el desarrollo cerebral, la regulación del estado de ánimo, la coagulación y el control de la inflamación.
La grasa nos protege
La grasa protege nuestros órganos y actúa como un amortiguador interno y como una capa protectora de fuerzas externas. Nos defiende de los elementos, y tiene un papel importante en regular y mantener una temperatura corporal precisa: ni demasiado alta, ni demasiado baja.
Necesitamos grasa para absorber vitaminas importantes
No podríamos asimilar las vitaminas A, K, D y E sin la grasa: por eso se le conocen como vitaminas liposolubles o «solubles en grasa». Estas se guardan en el hígado y en los tejidos grasos. Aunque las necesitamos sólo en cantidades moderadas, en comparación con las vitaminas solubles en agua, son vitales para tener ojos, dientes, huesos, piel y células sanas, para resistir las infecciones y para tener una coagulación normal.
El cerebro es grasa
Las células cerebrales dependen de la grasa alimentaria para sintetizar tejido cerebral y nervioso. En conclusion, tu cerebro necesita grasa para desarrollarse y funcionar correctamente.
La grasa fortalece las paredes celulares
Dos capas de grasa ayudan a que las membranas celulares sean resistentes y estén sanas. La grasa no sólo mantiene intacto el armazón de las células, sino que proporciona energía, para el buen funcionamiento de las mismas.
La grasa acumulada: ¿cómo llego ahí?
Ya sea beber vino en exceso la noche anterior, consumir golosinas de más en una fiesta de cumpleaños, o, incluso, pasar demasiado tiempo en el gimnasio (¡sí, eso sucede!), es posible exagerar con las cosas buenas. Los excesos traen consecuencias desafortunadas y a veces dañinas para la salud, como estar crudo, no caber en tus pantalones o sentirte adolorido. Y eso también es cierto en cuanto a la grasa corporal.
La grasa acumulada puede almacenarse sigilosamente e instalarse con más facilidad la que crees. Quizás te dedicabas a tus asuntos cuando de pronto bajaste la mirada y te sorprendió encontrar una plantita que no estaba. O tal vez acudiste a tu cheque médico anual y viste cómo la báscula marcaba algunos kilos de más. Parece que el peso apareció como por arte de magia. Y eso, ¿cómo sucedió?
Para la mayoría de la gente se debe a una serie de ligeras desviaciones en los cuidados de la salud que, con el tiempo, resultaron en un cuerpo más voluminoso. Tal vez sucedió por moverte poco menos (en lugar de caminar al trabajo, empezaste a viajar en coche). A lo mejor se dio por comer un poco más (comenzaste a comer postre todos los días; o alguna «pequeña» golosina diaria). O quizás aumentaste medio kilo por aquí y medio por allá, y nunca lograste bajarlos del todo. Para las mujeres de 35 años de edad o más, pudo haber sucedido por un descenso en la producción de estrógeno y el aumento resultante de cortisol, hormona del estrés, que a menudo van de la mano.
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